“Viajando a España, ¡Olé!”

Miércoles de conciencia
Reflexiones para sanar, entender y crecer
Dicen que existen diferentes tipos de amor.
Yo creo que más que tipos, existen personas distintas que aman distinto.
Mi hermana, por ejemplo, se casó con un hombre bondadoso.
Imagino que como todo, al principio fue difícil, pero ellos llevan muchos años juntos.
Formaron su amor sobre la espiritualidad, la paciencia y la fe.
Y les va bien.
Ese es el amor que crece con raíces, el que no busca brillar, sino sostener.
Pero hay otros.
Los que llaman parejas del proceso:
esos amores donde uno deja todo en la cancha para que el otro cumpla sus sueños,
y cuando la meta se logra, te reemplazan por una versión “más ligera”.
Amores que un día te aplauden por tu fuerza
y al siguiente te castigan por no quedarte callada.
Cuando todo lo que decían amar de ti
se convierte en lo que más detestan.
También están los amores que empiezan con promesas vacías,
donde más que un compañero tienes una competencia.
Amores que nacen de la mentira,
de ese juego donde uno da y el otro calcula.
Y hay que decirlo: a veces caemos ahí
porque confundimos transparencia con atención,
y atención con amor.
Luego están los otros: los que nacen del caos, de la química, de lo inexplicable.
Esos que parecen una película.
Y claro, amamos “365 días”, “Crepúsculo”, “Las 50 sombras”…
porque, aunque lo neguemos, nos identificamos con la sumisión y el rescate.
Nos venden el control disfrazado de pasión.
Y lo compramos, una y otra vez.
El siguiente capítulo de mi vida fue uno de esos.
Una relación con un hombre mayor, el típico “macho alfa”, agresivo,
tan inseguro que necesitaba dominar para sentirse vivo.
Yo, que venía de una relación adolescente donde solo había rutina y cansancio,
creí que su fuerza era amor.
Me equivoqué.
Era un manipulador experto, un narcicista brillante,
y lo más irónico: nunca mintió sobre quién era.
Me lo dijo: “Soy el diablo”.
Y yo, con la ingenuidad de quien aún cree que puede sanar al mundo,
pensé: “Tranquilo, yo te voy a amar tanto que vas a cambiar.”
Bum.
Me explotó en la cara.
Viví años atada a ese vínculo,
convencida de que lo hacía por amor,
cuando en realidad sobrevivía por costumbre.
Pero todo dolor tiene su propósito.
Como digo siempre:
“Hasta una patada te impulsa hacia adelante.”
Ese infierno me obligó a crecer.
A defenderme.
A tener carácter.
A entender que sobrevivir también es una forma de amor propio.
Con ayuda de Dios, mis hijos y mis amigas,
dejé salir el dolor por la ventana,
y lo que quedó fue una mujer distinta.
Hoy no odio a esa persona.
Le deseo paz.
Sé que él tampoco eligió ser así.
Cada quien ama con las heridas que carga.
Y aunque fue una historia turbia,
de ahí nació mi fuerza,
mi fe,
y la mujer que escribe esto hoy. 🌿
1️⃣ Escribe los nombres de las personas que amaste y que te marcaron.
No para juzgar, sino para reconocer su huella.
2️⃣ A cada una, anótale una frase que empiece con:
“De ti aprendí…”
3️⃣ Luego escribe:
“Hoy suelto lo que ya no me pertenece y bendigo lo que me construyó.”
4️⃣ Léelo en voz alta, y si puedes, quema el papel.
Mira cómo se eleva el humo: eso también eres tú… liberándote.
Cierre:
Hay muchos tipos de amor.
Pero el único que realmente te salva
es el que aprendes a darte cuando todo lo demás se ha ido. 💛
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