El Regreso..
Una historia real de amor, risas y un respiro del alma.
Después de una noche de locura y tanta celebración, llegamos a casa a las siete de la mañana.
Caí como un tronco.
Al despertar, tenía una gripe que no me dejaba ni moverme.
Sí, mucha fiesta y mucha felicidad, pero mi salud… abandonó el grupo.
Pasé tres días malísima, pero al cuarto, justo después de la boda, comenzó la verdadera aventura: la luna de miel.
Nuestro primer destino fue Écija, un pueblo bellísimo lleno de torres, iglesias y pasillos angostos empedrados.
Los balcones estaban llenos de historia, las calles respiraban encanto antiguo y hasta la biblioteca parecía un portal al pasado.
Entre tienditas de arte, me compré —por supuesto— mis imanes de rigor,
porque no importa cuán romántica sea la luna de miel:
una turista que se respeta colecciona recuerdos.
Un agradecimiento especial a nuestros padrinos mágicos,
que nos regalaron ese primer día tan hermoso para recordar.
A la mañana siguiente partimos raudos y veloces hacia el Castillo de Almodóvar,
un lugar sacado de una historia medieval: torres, patios, almenas y siglos de historia.
Pero lo que más me ilusionaba era saber que aquel castillo había sido escenario de Game of Thrones.
Sí, estuve donde la Reina de Espinas murió a manos del Matareyes.
(Y no me odien, a mí también me caía bien Jaime… aunque su forma de amar, no tanto 😂).
Recibí una clase de historia de una pintura que hablaba,
intenté sacar la espada de la roca, imprimí mi propia moneda
y terminé el día viendo el atardecer con una caña en mano junto a los anfitriones.
Nos despedimos prometiendo volver.
Y lo haremos.
El 11 de abril tomamos camino hacia Málaga.
La carretera era una obra de arte,
una mezcla de montañas, luz, y la mano de Dios dibujando paisajes.
A medida que nos acercábamos, el aire se llenaba de olor a sal,
y los pueblos blancos en la distancia parecían salidos de un cuadro.
Juanjo regresaba a la ciudad donde había estudiado,
pero esta vez lo hacía con otro propósito:
vivirla conmigo.
Dejamos el coche y llegamos al hotel:
un paraíso para los amantes de la ciencia ficción y los videojuegos.
Nuestro paquete de luna de miel nos esperaba con una cápsula futurista al mejor estilo de El Quinto Elemento.
Hasta el espejo tenía YouTube.
La cafetería estaba llena de máquinas de expendio,
como un pequeño universo geek lleno de vida.
Aunque el hotel era un mundo aparte, decidimos salir.
Caminamos hasta la costa: un muelle lleno de cruceros, música y alegría.
Nos tomamos dos mojitos y regresamos a nuestra cápsula de amor.
Al día siguiente despertamos tarde y almorzamos frente al mar.
Me sentía como Julia Roberts en Mujer Bonita —
excepto por la profesión, claro 😂—
pero con el mismo brillo en los ojos:
el de una mujer profundamente feliz.
Luego caminamos por el muelle hasta encontrar un tour en catamarán.
La brisa marina, la música, los mojitos, el sol…
era imposible no sonreír.
Al bajar, nos perdimos en el mercadillo,
visitamos el Centro Pompidou Málaga,
y sí, algunos euros se quedaron por ahí…
pero hey, soy mujer, ¡lo lamento!
Además, me saqué la lotería con un marido europeo. 💋🇪🇸
Al caer la tarde, regresamos al hotel.
La última noche nos esperaba con un jacuzzi lleno de flores,
una botella de cava y dos copas.
Y ahí, entre risas y silencio, comprendí algo:
más allá de los castillos, los atardeceres y los paisajes,
la verdadera luna de miel era él.
Encontré a un hombre que, a pesar de los prejuicios y mis miedos,
montó en mí una fiesta de ilusión.
Fui niña, fui novia,
fui profundamente amada y cuidada.
Fui tratada como la gema que Dios creó.
Nunca hubo dudas, ni preguntas, ni silencios incómodos.
En sus ojos pude ver el amor de Dios.
Nada de lo que escribo tendría valor si no fuera por eso.
Porque su amor fue mío —sin pelear, sin llorar, sin pedir.
Por fin encontré mi hombre:
coherente, sabio y de alma buena.
Solo le pido a Dios que, con los años, esto perdure.
Porque sí, puedo decirlo con el corazón lleno:
tengo un profundo amor por él. 💍
Después de cada viaje, fiesta o etapa intensa,
haz una pausa para agradecer lo simple:
las risas, los silencios, los amaneceres y hasta la gripe que te obligó a descansar.
1️⃣ En un papel, escribe tres cosas que te hicieron sonreír en ese viaje.
2️⃣ Enciende una vela (si puede ser de aroma a sal o vainilla).
3️⃣ Léelas en voz alta diciendo:
“Gracias por lo que me regalaste, por lo que aprendí, y por lo que aún me espera.”
Guarda el papel en tu maleta, como amuleto para tus próximos caminos. 🕯️✨
Me encanta como transporta las vivencias y poder llevarnos a ellas con tan tierno y profundo cariño, un beso y abrazo
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